miércoles, 20 de abril de 2016

Ensueño



La luz tenue y tornasolada de las cortinas entra por la ventana e ilumina tu rebelde cabello castaño. Soy capaz de distinguir tus marcadas facciones viriles entre las múltiples sombras que observo.

Me miras. Me miras con esa mirada tan ambigüa y tan bella. Tan cariñosa y tan seria. Tan atractiva y tan horrible y fatal.

Me acerco con minuciosa delicadeza. No te quiero asustar mi forzar. Nuestros labios se llaman, se llevan llamando mucho, muchísimo tiempo, demasiado. Y se desean, se desean con locura… Déjate querer, ¡déjate querer y quiéreme, por favor!

Pero no hay nada. Nunca hubo nada. No fue más que el reflejo de una luz celestial etérea e inalcanzable. La luna te engañó, una vez más. La noche fue traicionera y su oscuridad vuelve a invadirte de nuevo.

¡Pero mira que eres tonto! Hay que ver cuán engañosa es la luz. Penetra por cualquier rendija y despierta las más horribles de nuestras esperanzas y los más íntimos de nuestros deseos.

¡Pero mira que es traicionera la noche! Cuando menos te lo esperas, te atrapa en su oscuridad y se mantiene latente para abrazarte de nuevo después, tras el desengaño de la luz, para descubrir que no hay nada.

Que no hay nada y que nunca hubo nada. Que la soledad es la única verdad que existe. Que aquellos ojos celestiales que observaste no son de este mundo, y que aquellos labios con los que tantas veces soñaste ni te pertenecen ni te pertenecerán.

Que ese ser que la luz y la noche tanto insisten en mostrarte no es más que una ridícula manifestación abstracta proyectada por tu ser. Y que deberás vivir en ese ensueño del que te alimentas para sentir algo y que idealizas para hacerte daño.

miércoles, 13 de abril de 2016

Incultura



Vivo en una sociedad donde se premia la incultura.
Donde, cuanto menos piensas y menos a contracorriente vas,
mejor te va en la vida.

Vivo en una sociedad donde las grandes multinacionales tienen más poder que el Gobierno de mi país, y donde la ideología neoliberal se expande como un virus a través de los medios y de la red.

Vivo en una sociedad donde prima el egocentrismo cultural y donde automáticamente más es igual a mejor.


                    
Vivo en una sociedad donde se violan y se distorsionan palabras de la lengua con fines económicos, políticos e ideológicos.

Vivo en una sociedad donde no cabe lo abstracto, lo irracional y lo subjetivo. Donde no se acepta esa parte del ser humano. Todo ha de medirse, cuantificarse y racionalizarse en unos esquemas socioculturales.

Vivo en una sociedad donde la comunicación interpersonal mediada ha sustituido al presencial, y donde el afecto se mide mediante me gustas y la popularidad mediante seguidores.

Vivo en una sociedad donde el ser humano se cree con el derecho de arrasar el planeta con fines económicos y donde la humildad de aceptar que no somos el ombligo del mundo resulta incómoda de concebir.



Vivo en una sociedad en la que tenemos miedo a comprometernos con la gente, porque sentimos que nos cortan las alas que, a nuestro parecer, nos hacen libres. Pero no nos damos cuenta de que esa libertad a la que nos referimos no es más que un concepto deliberadamente introducido por la cultura neoliberal y que ese esquema de libertad nos hace esclavo de una fantasía que, al no verse cumplida, nos amenaza con una infelicidad perpetua.

Vivo en una sociedad en la que no existe ninguna certidumbre. Todo es de usar y tirar. Y mientras más consumes mejor eres. Cuando más consumes más feliz eres. ¿Para qué pararse a pensar? ¿Qué sacamos cuestionando el sistema? ¡Si todo viene dado!

Vivo en una sociedad deliberadamente inculta. Y eso me revienta y me pudre por dentro. No hay ambición de mejorar, de superarse, de conocer, de cuestionar, de aprender, de saber, de entender la belleza implícita, en tener curiosidad en ir más allá de la superficialidad a la que nos tienen acostumbrados y en comprender que la forma sin el contenido no es absolutamente nada. 

Vivo en la sociedad de la adulación hedonista. Donde se rechaza la incomodidad y todo lo que salga de los esquemas a los que estamos acostumbrados. Queremos sentir que somos poseedores de la verdad absoluta y objetiva. Queremos objetivarlo todo, ponerle murallas y delimitar conceptos y definiciones. No se admiten modificaciones. La belleza tiene que ser de esta manera. Las metas de en la vida tienen que ser éstas, y la mujer y el hombre deben ser así y las parejas han de formarse asá.

Vivo en una sociedad donde se provoca infelicidad e insatisfacción vital a propósito para generar necesidades de consumo. Sin infelicidad no habría actividad económica.



Vivo en una sociedad donde la ética queda absolutamente subordinada por el dinero. La gente está dispuesta a dejar de lado sus valores a cambio de una determinada suma de dinero. Todo está en venta y todos tenemos un precio.

Vivo en una sociedad donde los medios educan en la superficialidad y en el consumismo. Y muestran una realidad distorsionada y absolutamente deliberada, mientras que la gente apenas se molesta en contrastar, vivir en primera persona, en ayudar a mejorar la sociedad y aportar algo de valor. Esto sólo genera generaciones de más incultos.




Vivo en una sociedad donde el sistema educacional está más que caducado. Debemos darnos cuenta que el método de aprendizaje del siglo XIX no es efectivo hoy en día, y tenemos que ser conscientes de que el profesor debe ser una de las profesiones más importantes y mejor valoradas de la sociedad del futuro. Ellos son nuestra salvación, pues ellos educarán en valores a los ciudadanos del futuro. Ellos serán quienes tendrán que transmitir la importancia sobre todo del respeto, pero también de la tolerancia, la diversidad, la democracia y la participación activa, además de fomentar la curiosidad por vivir, aprender, mejorar, etc. Pero para ello debemos modernizar el sistema de educación y adaptarlo a las necesidades actuales. Ya no sirve el método de tragar y vomitar. Eso no tiene sentido.



Vivo en una sociedad donde la política y, como consecuencia, la democracia está absolutamente putrefacta. La corrupción ha eliminado cualquier tipo de credibilidad a la clase política, pero, sin embargo, no ha habido todavía ninguna seria revolución que quite cualquier tipo de legitimidad al sistema político actual. Pues la corrupción política no es más que la manifestación pública del mal social que denuncio en este texto.



Y es que vivo en una sociedad absolutamente pasiva y voluntariamente ciega e inculta que permite que el sistema continúe funcionando. Y estoy harto de soportar tanto conformismo. ¡Hay tantas injusticias en el mundo y la gente sin hacer nada de nada! Odio la superficialidad y odio a las personas que venden objetividad ocultando valoraciones. Nadie es objetivamente bueno ni nadie tiene un sistema sociocultural estándar. Y odio que la sociedad me haya hecho integrar en mi vocablo expresiones cotidianas de origen neoliberal como “perder el tiempo” o “día productivo”. No todo en la vida se resume en coste-beneficio. O, al menos, no debería ser así. Pero, sobre todo, odio profundamente a la gente que se vende, a los artistas que aparentan ser radicales y rompedores cuando, en verdad, su imagen no es más que el resultado de estudios de mercado. No son más que personas que se venden a cambio de fama y dinero, no son más que fachada, no hay nada dentro. No son, a mi modo de ver, personas que merezcan ser adoradas. Stop making stupid people famous!






No sé cuánto tiempo más necesitamos para darnos cuenta de que la diversidad es absolutamente necesaria, y debemos fomentarla. Diversidad a la hora de pensar, de razonar, de vivir, de relacionarnos con las personas, de profesión, de género, etc. Necesitamos urgentemente ciudadanos que sean capaces de analizar en profundidad lo que le está ocurriendo a la sociedad, que sepan medir las consecuencias de sus comportamientos. Que abran de una maldita vez su mente y que aprendan el valor de la humildad.



Que salgan de una puta vez de la burbuja en la que viven y que pongan en valor la importancia de explorar lo que hay más allá de su zona de confort. Que encuentren personas y que experimenten situaciones incómodas que hagan temblar el sistema de valores predeterminado y que les ayuden a mejorar, pero, sobre todo, a generar esa curiosidad perdida de querer comerse el mundo.



Y no hablo de comerse el mundo viajando a un hotel y estando tumbado tranquilamente tomando el sol en Bangkok. No. Hablo de viajar a otros lugares y vivir y sentir en primera persona realidades adversas. De ir de voluntariado a Etiopia o de montar una revolución en frente del Parlamento.

¡Que somos jóvenes, cojones! Estamos más parados que un enfermo en coma. No nos queremos dar cuenta de que estamos heredando una sociedad de mierda, con unos hábitos de mierda y que nos estamos conformado con vivir en un sistema de mierda.


Lo peor de todo es que yo muchas veces siento la impotencia de no poder cambiar las cosas y que el sistema siempre gana. Pero me quiero consolar pensando que, al menos, pertenezco a ese 1% que no justifica la mierda en la que vive y que intenta llevar a cabo acciones para cambiar esto. Publicando este texto, por ejemplo.


Pero, vaya, que para superar un mal, primero hay que ser consciente de ello y aceptarlo. Y es que ya dijo George Santayana una vez que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla... Pues eso.