jueves, 10 de noviembre de 2016

Fascismo contemporáneo




Trump ha ganado. 

El primer pensamiento que se me pasó ayer cuando me enteré de la noticia fue “los estadounidenses son gilipollas”. No me lo podía creer. ¿Cómo era posible que en pleno siglo XXI un xenófobo, racista, machista, homófobo, sinvergüenza y maleducado como Donald Trump hubiese podido ganar? En ese momento un escalofrío recorrió mi cuerpo y entendí lo que esto supone: el auge del fascismo y la victoria absoluta del sistema capitalista neoliberal que reafirma, una vez más, su posición en el mundo tras su triunfo en la Guerra Fría.

No obstante seguía preguntándome, pero ¿cómo?¿Cómo es posible que la gente esté tan ciega y que sea tan estúpida? Y entonces comprendí que la respuesta a esa pregunta la había recibido una semana antes. Hace una semana fui a una conferencia donde se trató de explicar cómo el fascismo está volviendo a ganar popularidad en Europa. En la conferencia, un hombre expuso muchos fenómenos sociales, de los cuales, yo me quedé con una idea que me pareció fundamental.

Según él, en el pasado, la fe en la religión llenaba espiritualmente a la población y adoctrinaba a la gente bajo conductas que eran “objetivamente” correctas. La religión ofrecía certezas y servía de mecanismo vertebrador para las personas en su conjunto. Porque la gente, decía, no quiere ser “libre” ni quiere conocer “la verdad”. Eso asusta demasiado y supone muchas responsabilidades que las personas no quieren asumir. La gente prefiere ser “feliz” bajo “certezas”, en este caso religiosas. Sin embargo, hoy en día muchos dejan de creer en Dios y el nihilismo que mencionaba Nietzsche comienza a hacer juicios de valor acerca de la realidad que nos rodea. No obstante, esto acarrea un problema: como somos nosotros mismos quienes decidimos acerca de la bondad y la maldad de los actos, la naturaleza del juicio es subjetiva.

Pasamos, por lo tanto, de tener certezas fundamentadas en la religión a una incertidumbre subjetiva que, a nuestro parecer, es la única legítima. Y la incertidumbre le resulta muy poco cómoda al ser humano porque uno no se siente seguro. Necesitamos objetivos, logros, metas, cosas concretas que le den un sentido a nuestra vida. Por ello, para llenar ese vació que antaño se hacía mediante la religión, las personas optamos por el materialismo capitalista, acorde al sistema en el que vivimos. Compramos para sentirnos mejor con nosotros mismos. Compramos coches, compramos una casa, compramos un viaje, compramos una televisión nueva, compramos ropa bonita, compramos, compramos y compramos.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando ya no podemos comprar tanto por la crisis? Pues muy fácil: nos enfadamos. No nos gusta no poder hacer lo que queremos. ¿Y la culpa es nuestra? ¡Por supuesto que no! La culpa, evidentemente, siempre es de los demás. De los inmigrantes que vienen de fuera a quitarnos el trabajo, de la inserción laboral de las mujeres cuando deberían estar en casa, de los maricones que viven en pecado, de los judíos que se quedan con todo el dinero, de los musulmanes terroristas, etc.

En ese contexto llega un tal Trump que empieza a dar soluciones fáciles y que regala los oídos a una gran cantidad de personas que se sienten frustradas y que echan la culpa de sus desgracias a los demás debido a una profunda insatisfacción vital. Y poco a poco va ganando apoyo, y lo que en un principio parecía una broma acaba convirtiéndose en una alarmante realidad.

Aunque los tiempos cambien, las características de las doctrinas fascistas siempre permanecen ahí. Se trata de un líder que apela al sentimiento nacional, que identifica a enemigos y que establece como objetivo la grandeza del país. No hay un desarrollo ideológico por detrás, y por eso es difícil de definir. Sin embargo, es muy fácil distinguirlo, pues se trata de una doctrina que apela directamente a los sentimientos y que, analizándolo racionalmente, no tiene fundamento alguno.  

La verdad es que esto asusta, asusta muchísimo. Porque este no es un fenómeno que haya ocurrido solamente en los Estados Unidos (que ya es decir), sino que también sucede en otras partes del mundo. En España, sin ir más lejos, tenemos a Rajoy, en Francia a Le Pen, luego tenemos al Reino Unido con la Primera Ministra conservadora Theresa May y con su Brexit, Merkel en Alemania, Putin en Rusia y un largo etcétera que podríamos seguir nombrando.

Durante aquella conferencia, hubo un estudiante griego que dijo que en su país había un partido político fascista llamado Amanecer Dorado que era la tercera fuerza política del Parlamento. Según él, debido a la gran popularidad que tenía, muchos inmigrantes tenían miedo de salir a la calle porque les pegaban y les maltrataban en zonas públicas. Después de contarnos semejante episodio, el chico no dudó en afirmar que sólo era cuestión de tiempo que hechos similares se propagaran por el resto de Europa.

Tras haber atendido dicha conferencia, y después de la victoria de Trump, no me queda la menor duda que el fascismo está en auge en el mundo y que, sin lugar a dudas, será nuestra generación la que tenga que afrontar la Tercera Guerra Mundial, que, al parecer, será una lucha por el agua, por los alimentos y por el petróleo.

¿Solución? La educación. Debemos educar una sociedad donde los individuos sean capaces de pensar por sí mismos. De razonar y de medir las consecuencias reales de sus actos. La educación y la cultura ofrecen mecanismos de defensa a las personas para defenderse de la manipulación, ya no sólo política, sino también mediática y económica. Los medios de comunicación, en su mayoría, son de propiedad privada de grandes empresas que defienden intereses, muchas veces de ciertos partidos políticos. Es nuestro deber mostrarnos críticos ante sus mensajes y no creernos todo lo que nos dicen como si fuera una verdad objetiva e indiscutible. Pero para ello hay que invertir en la educación, pero, sobre todo, hay que actuar acorde a los valores que estamos tratando de enseñar, pues de poco sirve que todo el discurso quede en la teoría.

Es nuestra generación la que debe pelear por una mayor democracia y mayor transparencia mediante la defensa de la educación y la cultura. No podemos dejar que los políticos echen por tierra todo lo que se ha conseguido a lo largo de la historia. Los derechos son tesoros que debemos preservar. Pero, sobre todo, no podemos dar nada por sentado, porque nada es seguro. No nos podemos confiar. Debemos luchar por nuestros derechos. Y debemos defenderlos ya.


Yo creo en una sociedad culta, educada y políticamente activa. Pero para ello necesitamos la colaboración de todos y de todas.

miércoles, 8 de junio de 2016

Sensacionalismo televisivo


Siempre hemos escuchado aquel dicho de “¡se te va a quedar la cara cuadrada de tanto ver la televisión!”. Esta frase que todos lo hemos oido alguna vez de pequeños refleja una gran verdad: la televisión atonta y vuelve pasivas a las personas que la ven. ¿Y por qué ocurre esto? Porque el entretenimiento barato que emite este medio ofrece una visión del mundo previamente diseñada que es muy cómoda de asimilar. La televisión educa en la superficialidad, en los estereotipos y en los prejuicios. Las personas que se pasan horas enteras viendo la televisión adquieren una visión del mundo ideada por las grandes empresas de comunicación, y no son capaces de entender las realidades que ponen en entredicho el discurso televisivo. Esas personas se vuelven incultas y, como consecuencia directa, fácilmente manipulables.

Todas las televisiones cumplen en mayor o menor medida con la descripción de arriba, pero, en el sector español, la mayor empresa de comunicación fundamentada en la telebasura es, sin duda alguna, Mediaset España. Esta empresa que se instaló en el país gracias a las influencias del bueno de Berlusconi ha fundamentado casi la totalidad de su programación en ofrecer contenidos sensacionalistas, estereotipados y altamente espectaculares en el peor sentido de la palabra. También ha devaluado el concepto de cultura, y me atrevo incluso a afirmar que entorpece la evolución moral del conjunto de la sociedad.

No obstante, aunque soy consciente de la seriedad de las acusaciones que he hecho arriba, no es menos cierto que siento cierta fascinación hacia esta empresa, y en especial hacia su cadena principal: Telecinco. Es bien sabida la pésima calidad cultural de los contenidos de esta cadena, y sin embargo, existe alguna característica bien innata, o bien de origen cultural en nosotros que hace que sus programas se consuman y que, como consecuencia, la cadena lleve 25 meses ininterrumpidos siendo líder de audiencia, especialmente en el País Vasco.

Siendo conocedor de esta realidad, yo no paro de preguntarme el porqué de esto. ¿Qué tienen los contenidos de Telecinco que tanto atraen? Esta misma pregunta la he formulado múltiples veces en mi cuadrilla, y ellos me dicen: no, a ver. Yo, por ejemplo, ha habido veces que admito que he visto Mujeres y Hombres y Viceversa, pero fue sólo el trono de Manu y porque me pilló en verano cuando tenía mucho tiempo libre. Otro responde: sí. Es que eso es. Cuando tienes tiempo libre ves esas cosas.

Y seguramente tendrán razón. El tiempo libre, contenidos que no te hacen pensar y que sencillamente resultan entretenidos. Puede que la combinación de estos factores de cómo resultado los altos índices de audiencias que registra la empresa. Sin embargo, ¿es justo que las personas que participan en este tipo de programas consigan hacerse famosas sin más? O peor aún, ¿ merecen estas personas nuestro reconocimiento y nuestra admiración? O mucho peor todavía, ¿tienen algún tipo de dignidad? Estas son preguntas que me formulo yo continuamente en mi cabeza. No sé de qué manera se pueden aplicar la ética y los valores morales en la televisión sensacionalista, no sé cómo valorarlo.

Por otro lado, también me resulta muy curioso imaginar de qué manera podría beneficiar nuestra sociedad la no existencia de la televisión sensacionalista. ¿Os podríais imaginar un mundo donde sólo existiesen canales de televisión con programaciones como la de La 2? ¿Podría eso mejorar nuestra cultura, nuestros valores y, en consecuencia, nuestra moral en la sociedad? O por el contrario, ¿debemos desmitificar el poder de la televisión como medio de comunicación de masas? ¿Por qué atrae siempre lo vulgar y no lo culto? ¿Por qué aplaudimos tanto a los sinvergüenzas y no a los intelectuales? ¿Por qué hacemos de lo grotesco nuestra mayor característica diferenciadora? ¿Y por qué tenemos esa necesidad de explicitarlo todo en vez de apreciar la belleza de lo implícito?

Preguntas, preguntas y más preguntas. Sean cuales fueren las respuestas, lo cierto es que la realidad del sector televisivo español, concretamente de Mediaset España, es la que es. Y debido a la fascinación y esa relación de amor odio que tengo con canales como Telecinco, he llevado a cabo un trabajo universitario donde he hecho un análisis del discurso que crea Mediaset España acerca de la prostitución. Me ha parecido especialmente interesante analizar el oficio más antiguo del mundo en un medio como este, pues el carácter tabú de esta profesión ha sido uno de los elementos que más ha utilizado la televisión para acentuar la espectacularidad y el sensacionalismo con fines comerciales.

lunes, 30 de mayo de 2016

Interpretazioaren inguruko hausnarketak

Interpretatzea funtsean errealitateari zentzu eta esanahi jakin bat ematea da. Gure inguruneko fenomeno eta gertaerei balio bat ematea, eta balio horiengan iritzi bat eraikitzea. Interpretazio asko eta asko gu geu kontziente izan gabe ematen dira, eta erabat barneratuta ditugun eskema soziokulturaletatik eratortzen dira. Horiexek dira hain justu interpretazio arriskutsuenak. Oharkabean sorturiko interpretazioak ustez objektiboak diren datuekin nahasten ditugu maiz, eta objektibotasun horretan oinarriturik, lagun hurkoari geure pentsatzeko logika inposatzen saiatzen gara. Sekulako akatsa.

Mendebaldea ez dago kritikak onartzen ohitua. Europa eta Estatu Batuak haien mundu ikuskera unibertsalki baliagarria dela sinistuta azaltzen dira, eta sinesmen horrekin, gainerako gizarte eta kulturengan interpretazio homogeneizatzaileak inposatzen dituzte. Gainerako lurraldeetako mundu ikuskerak onartu eta aintzat hartu beharrean aniztasun horiek pentsamendu hegemonikoaren mehatxu direla ulertzen dute lurraldeok.

Umiltasun falta ikaragarria antzematen da gure gizartean. Denek izan nahi dute egi absolutuaren jabe, denek izan nahi dituzte pentsamendu zuzenenak eta. Alabaina, balio guzti horiek naturalki subjektiboak direla ohartzen diren gizabanako gutxi dago. Elementu subjektibo gehienek oinarri kulturalez osatuak dira, eta geure kultura denetan hoberena, egokiena, baina batez ere, logikoena dela pentsatzean, geure paradigma interpretatiboa besteei ezartzen saiatzen gara. Ez dira asko umiltasunez bi bider pentsatzen geratu eta “ez, nik hau horrela ulertu behar dela pentsatzeak ez dit errealitate hau horrela denik bermatzen. Agian besteak arrazoia izan dezake” hausnartzen dutenak.

Desira unibertsalistako interpretazioek, funtsean, egozentrismo ikaragarria gordetzen dute. ‘Besteak’, hots, kultur, erlijio, sinesmen politiko, lurralde, sexu orientazio, genero, arraza edo abarrengatik ezberdinak diren pertsonenganako mespretxu eta gutxiespena erakusten du nahi inposatzaile horrek, baina hain barneratua dugu eskema hau, ezen askotan ez baikara errealitate honetaz jabetzen.

Aditzen ikasi behar dugu. Geroz eta bizkorragoa den gizarte honetan ez dugu batere aditzen. Entzun bai, zeozer entzuten dugu, soinu edo zarataren bat akaso, baina hala geure errealitatearen interpretazio eskemetatik at dagoen gauza oro onartzeko prest ez gaudelako, edota ziztu bizian doan bizitza honetan pentsatzeko astirik ez dugulako, ez gara besteen esana aditzeko kapazak. Eta hori bai akatsa, hori.

Baina ez da gure errua, ez erabat behintzat. Hedabideek ez dute ez umiltasun eta ez aditze lan horretan laguntzen, erabat kontrakoa baizik. Prentsako titulu sentsazionalistek edota telebistako eztabaida zaratatsuek ez dute errespetuzko pertsonen arteko komunikazio baketsu eta osasuntsurik sustatzen. Ez da harritzekoa txikitatik horrelako adibideekin hezitako haurrek sekulako nagusitasunean oinarrituriko jokaerak hartzea. Hona hemen hedabideek egungo gizarte mediatizatuari irakatsia: zenbat eta lotsagabekiago esan gauzak, orduan eta objektiboagoa izango da esaten duzuna. Izan ere, objektibotasuna ez da datu eta ikerketetan oinarritzen, baizik eta zeuk lotsagabeki esateko abilidadean. Zenbat eta gehiago inposatu zeure diskurtsoa orduan eta arrakasta handiagoa izango duzu. Hona egun irakaspen honen emaitzak.

Egungo gizartea, beraz, elkar aportatzeko harreman osasuntsu batean oinarritu beharrean, inposizio diskurtsibo batean funtsatzen da. Eta elkar aditzea balioztatzen ez duen gizarteak errealitatearen inguruko interpretazio “hoberena” dutela pentsatzen duten indibiduo atomizatu taldeak existitu daitezen suposatzen du. Akats larria.

Paradoxikoa da egungo gizarteak askatasuna zerekin lotzen duen antzematea. Askok askatasuna “nahi dudana” egitearekin erlazionatzen dute, egin “nahi duten” hori aurretik inposatutako eskema soziokulturaletatik eratorritako gizarte kodeak direla antzeman barik. Badira pertsona asko, zeintzuek haien interpretazioa interpretazio askea dela pentsatzen duten, baina haien buruak kultibatzen saiatu ez direnez, ez dira kaiola batean bizi direla ohartzen. Baina are okerrago dena, ez dute ohartu nahi erez. Eta erdaraz esan ohi den bezala: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Jakinduriak eta kulturak aske egiten gaitu. Objektibotasun erabatekora iristea ezinezkoa dela onarturik, eta ezagutza guztiaren jabe ez garela jakiteak ematen digun umiltasunetik, errealitatera ahalik eta gehien hurbiltzen saiatzen dago meritua, hots, hedabideen mezu distortsionatutik aldendu eta jakinduriak emandako instrumentuetatik abiatuta geure ezagutza zabaltzean, ondoren ezagutza horretatik duintasun handiagoko interpretazioak atera ahal izateko.

Alabaina, horrek, noski, norbanakoari esfortzu bat eskatzen dio. Aurrez prestatutako pentsaera estereotipatu eta barregarriki sinplifikatuetatik aldendu beharra eskatzen du. Errealitatea guk ikusten edo guri ikustarazten digutena baino askoz ere konplexuagoa dela onartu beharrera garama prozesu honek, eta bertatik has gaitezke pentsamendu irekiko gizarte berri bat eraikitzen.

Neuk askotan pentsatzen dut gizarte horretan. Gizarte ideal bat, non interpretazio suntsitzaile eta baztertzaileak egon beharrean, elkarrizketa baketsu eta osasuntsuetan oinarrituriko komunikazio ekintzak mantentzen diren. Gizarte jakintsu, umil eta duina, errespetuz trataturiko harremanetan hezurmamitutakoa.

Kuriosoena zera da, berez ez zaidala batere zaila iruditzen neure irudimeneko gizartera ailegatzea. Jendearen borondatea balego soilik! Alabaina, interes ekonomikoak interes ekonomiko, diru zikin eta errazak gizartearen eboluzio morala etengabe eteten diharduelako usteak harrapatzen nau. Errentagarritasuna itsuki lortzekotan kultura behin eta berriro desprestigiatzen da, antza, jakiteak dirurik ematen ez duelako.

Horrela mantentzen dugu interpretazio egokiaren jabe absolutuak direla pentsatzen duten gizabanako esklaboak, etengabeko liskar batean sartuak. Batak besteari itsuskeriak esaten eta auzitan jartzen hurkoaren santuak. Jakinduriak askatzen gaituela ulertu beharrean, denek elkarren gainetik geratu nahian esaten oihuak. Horrela ezer konpontzerik ez dago, eskerrak batzuk ez garen haiek bezalako oiloak.

Saiakera hau amaitzeko, egungo gizartearen gaitz handienetako baten konpobide giltzarria aipatzen duen atsotitz bat aipatuko dut. Honela dio esaerak:


“Dakienak badaki, ez dakienak baleki, orduantxe bai ederki!”

miércoles, 20 de abril de 2016

Ensueño



La luz tenue y tornasolada de las cortinas entra por la ventana e ilumina tu rebelde cabello castaño. Soy capaz de distinguir tus marcadas facciones viriles entre las múltiples sombras que observo.

Me miras. Me miras con esa mirada tan ambigüa y tan bella. Tan cariñosa y tan seria. Tan atractiva y tan horrible y fatal.

Me acerco con minuciosa delicadeza. No te quiero asustar mi forzar. Nuestros labios se llaman, se llevan llamando mucho, muchísimo tiempo, demasiado. Y se desean, se desean con locura… Déjate querer, ¡déjate querer y quiéreme, por favor!

Pero no hay nada. Nunca hubo nada. No fue más que el reflejo de una luz celestial etérea e inalcanzable. La luna te engañó, una vez más. La noche fue traicionera y su oscuridad vuelve a invadirte de nuevo.

¡Pero mira que eres tonto! Hay que ver cuán engañosa es la luz. Penetra por cualquier rendija y despierta las más horribles de nuestras esperanzas y los más íntimos de nuestros deseos.

¡Pero mira que es traicionera la noche! Cuando menos te lo esperas, te atrapa en su oscuridad y se mantiene latente para abrazarte de nuevo después, tras el desengaño de la luz, para descubrir que no hay nada.

Que no hay nada y que nunca hubo nada. Que la soledad es la única verdad que existe. Que aquellos ojos celestiales que observaste no son de este mundo, y que aquellos labios con los que tantas veces soñaste ni te pertenecen ni te pertenecerán.

Que ese ser que la luz y la noche tanto insisten en mostrarte no es más que una ridícula manifestación abstracta proyectada por tu ser. Y que deberás vivir en ese ensueño del que te alimentas para sentir algo y que idealizas para hacerte daño.

miércoles, 13 de abril de 2016

Incultura



Vivo en una sociedad donde se premia la incultura.
Donde, cuanto menos piensas y menos a contracorriente vas,
mejor te va en la vida.

Vivo en una sociedad donde las grandes multinacionales tienen más poder que el Gobierno de mi país, y donde la ideología neoliberal se expande como un virus a través de los medios y de la red.

Vivo en una sociedad donde prima el egocentrismo cultural y donde automáticamente más es igual a mejor.


                    
Vivo en una sociedad donde se violan y se distorsionan palabras de la lengua con fines económicos, políticos e ideológicos.

Vivo en una sociedad donde no cabe lo abstracto, lo irracional y lo subjetivo. Donde no se acepta esa parte del ser humano. Todo ha de medirse, cuantificarse y racionalizarse en unos esquemas socioculturales.

Vivo en una sociedad donde la comunicación interpersonal mediada ha sustituido al presencial, y donde el afecto se mide mediante me gustas y la popularidad mediante seguidores.

Vivo en una sociedad donde el ser humano se cree con el derecho de arrasar el planeta con fines económicos y donde la humildad de aceptar que no somos el ombligo del mundo resulta incómoda de concebir.



Vivo en una sociedad en la que tenemos miedo a comprometernos con la gente, porque sentimos que nos cortan las alas que, a nuestro parecer, nos hacen libres. Pero no nos damos cuenta de que esa libertad a la que nos referimos no es más que un concepto deliberadamente introducido por la cultura neoliberal y que ese esquema de libertad nos hace esclavo de una fantasía que, al no verse cumplida, nos amenaza con una infelicidad perpetua.

Vivo en una sociedad en la que no existe ninguna certidumbre. Todo es de usar y tirar. Y mientras más consumes mejor eres. Cuando más consumes más feliz eres. ¿Para qué pararse a pensar? ¿Qué sacamos cuestionando el sistema? ¡Si todo viene dado!

Vivo en una sociedad deliberadamente inculta. Y eso me revienta y me pudre por dentro. No hay ambición de mejorar, de superarse, de conocer, de cuestionar, de aprender, de saber, de entender la belleza implícita, en tener curiosidad en ir más allá de la superficialidad a la que nos tienen acostumbrados y en comprender que la forma sin el contenido no es absolutamente nada. 

Vivo en la sociedad de la adulación hedonista. Donde se rechaza la incomodidad y todo lo que salga de los esquemas a los que estamos acostumbrados. Queremos sentir que somos poseedores de la verdad absoluta y objetiva. Queremos objetivarlo todo, ponerle murallas y delimitar conceptos y definiciones. No se admiten modificaciones. La belleza tiene que ser de esta manera. Las metas de en la vida tienen que ser éstas, y la mujer y el hombre deben ser así y las parejas han de formarse asá.

Vivo en una sociedad donde se provoca infelicidad e insatisfacción vital a propósito para generar necesidades de consumo. Sin infelicidad no habría actividad económica.



Vivo en una sociedad donde la ética queda absolutamente subordinada por el dinero. La gente está dispuesta a dejar de lado sus valores a cambio de una determinada suma de dinero. Todo está en venta y todos tenemos un precio.

Vivo en una sociedad donde los medios educan en la superficialidad y en el consumismo. Y muestran una realidad distorsionada y absolutamente deliberada, mientras que la gente apenas se molesta en contrastar, vivir en primera persona, en ayudar a mejorar la sociedad y aportar algo de valor. Esto sólo genera generaciones de más incultos.




Vivo en una sociedad donde el sistema educacional está más que caducado. Debemos darnos cuenta que el método de aprendizaje del siglo XIX no es efectivo hoy en día, y tenemos que ser conscientes de que el profesor debe ser una de las profesiones más importantes y mejor valoradas de la sociedad del futuro. Ellos son nuestra salvación, pues ellos educarán en valores a los ciudadanos del futuro. Ellos serán quienes tendrán que transmitir la importancia sobre todo del respeto, pero también de la tolerancia, la diversidad, la democracia y la participación activa, además de fomentar la curiosidad por vivir, aprender, mejorar, etc. Pero para ello debemos modernizar el sistema de educación y adaptarlo a las necesidades actuales. Ya no sirve el método de tragar y vomitar. Eso no tiene sentido.



Vivo en una sociedad donde la política y, como consecuencia, la democracia está absolutamente putrefacta. La corrupción ha eliminado cualquier tipo de credibilidad a la clase política, pero, sin embargo, no ha habido todavía ninguna seria revolución que quite cualquier tipo de legitimidad al sistema político actual. Pues la corrupción política no es más que la manifestación pública del mal social que denuncio en este texto.



Y es que vivo en una sociedad absolutamente pasiva y voluntariamente ciega e inculta que permite que el sistema continúe funcionando. Y estoy harto de soportar tanto conformismo. ¡Hay tantas injusticias en el mundo y la gente sin hacer nada de nada! Odio la superficialidad y odio a las personas que venden objetividad ocultando valoraciones. Nadie es objetivamente bueno ni nadie tiene un sistema sociocultural estándar. Y odio que la sociedad me haya hecho integrar en mi vocablo expresiones cotidianas de origen neoliberal como “perder el tiempo” o “día productivo”. No todo en la vida se resume en coste-beneficio. O, al menos, no debería ser así. Pero, sobre todo, odio profundamente a la gente que se vende, a los artistas que aparentan ser radicales y rompedores cuando, en verdad, su imagen no es más que el resultado de estudios de mercado. No son más que personas que se venden a cambio de fama y dinero, no son más que fachada, no hay nada dentro. No son, a mi modo de ver, personas que merezcan ser adoradas. Stop making stupid people famous!






No sé cuánto tiempo más necesitamos para darnos cuenta de que la diversidad es absolutamente necesaria, y debemos fomentarla. Diversidad a la hora de pensar, de razonar, de vivir, de relacionarnos con las personas, de profesión, de género, etc. Necesitamos urgentemente ciudadanos que sean capaces de analizar en profundidad lo que le está ocurriendo a la sociedad, que sepan medir las consecuencias de sus comportamientos. Que abran de una maldita vez su mente y que aprendan el valor de la humildad.



Que salgan de una puta vez de la burbuja en la que viven y que pongan en valor la importancia de explorar lo que hay más allá de su zona de confort. Que encuentren personas y que experimenten situaciones incómodas que hagan temblar el sistema de valores predeterminado y que les ayuden a mejorar, pero, sobre todo, a generar esa curiosidad perdida de querer comerse el mundo.



Y no hablo de comerse el mundo viajando a un hotel y estando tumbado tranquilamente tomando el sol en Bangkok. No. Hablo de viajar a otros lugares y vivir y sentir en primera persona realidades adversas. De ir de voluntariado a Etiopia o de montar una revolución en frente del Parlamento.

¡Que somos jóvenes, cojones! Estamos más parados que un enfermo en coma. No nos queremos dar cuenta de que estamos heredando una sociedad de mierda, con unos hábitos de mierda y que nos estamos conformado con vivir en un sistema de mierda.


Lo peor de todo es que yo muchas veces siento la impotencia de no poder cambiar las cosas y que el sistema siempre gana. Pero me quiero consolar pensando que, al menos, pertenezco a ese 1% que no justifica la mierda en la que vive y que intenta llevar a cabo acciones para cambiar esto. Publicando este texto, por ejemplo.


Pero, vaya, que para superar un mal, primero hay que ser consciente de ello y aceptarlo. Y es que ya dijo George Santayana una vez que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla... Pues eso.