miércoles, 20 de abril de 2016

Ensueño



La luz tenue y tornasolada de las cortinas entra por la ventana e ilumina tu rebelde cabello castaño. Soy capaz de distinguir tus marcadas facciones viriles entre las múltiples sombras que observo.

Me miras. Me miras con esa mirada tan ambigüa y tan bella. Tan cariñosa y tan seria. Tan atractiva y tan horrible y fatal.

Me acerco con minuciosa delicadeza. No te quiero asustar mi forzar. Nuestros labios se llaman, se llevan llamando mucho, muchísimo tiempo, demasiado. Y se desean, se desean con locura… Déjate querer, ¡déjate querer y quiéreme, por favor!

Pero no hay nada. Nunca hubo nada. No fue más que el reflejo de una luz celestial etérea e inalcanzable. La luna te engañó, una vez más. La noche fue traicionera y su oscuridad vuelve a invadirte de nuevo.

¡Pero mira que eres tonto! Hay que ver cuán engañosa es la luz. Penetra por cualquier rendija y despierta las más horribles de nuestras esperanzas y los más íntimos de nuestros deseos.

¡Pero mira que es traicionera la noche! Cuando menos te lo esperas, te atrapa en su oscuridad y se mantiene latente para abrazarte de nuevo después, tras el desengaño de la luz, para descubrir que no hay nada.

Que no hay nada y que nunca hubo nada. Que la soledad es la única verdad que existe. Que aquellos ojos celestiales que observaste no son de este mundo, y que aquellos labios con los que tantas veces soñaste ni te pertenecen ni te pertenecerán.

Que ese ser que la luz y la noche tanto insisten en mostrarte no es más que una ridícula manifestación abstracta proyectada por tu ser. Y que deberás vivir en ese ensueño del que te alimentas para sentir algo y que idealizas para hacerte daño.

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