El otro día estaba viendo un dating
show de primeras citas donde preguntaban a solteros cómo imaginaban a
su pareja ideal. Todos coincidían en querer encontrar a una persona amable,
graciosa, sincera, noble, etc. Cuando les preguntaban acerca de qué les echaría
para atrás al conocer a una persona, los solteros mencionaban a diferentes
tipos de “cargas” como una persona con hijos, que viviese en casa de sus
padres, que tuviese animales, etc. También añadían que no buscaban a una pareja
que les acompañase en todo momento, sino más bien una persona con quien
compartir su tiempo y no sentirse solos. Que la otra persona tuviese su vida
aparte y que luego, además, compartiese tiempo con él o con ella.
En las citas veía cómo la química, la
conversación, el tono o la atmósfera cambiaba de mesa en mesa. Apreciaba el
mundo de cada pareja y de cada persona. Y me asombraba percibiendo la
pluralidad y la diversidad de la especie humana y sus diferentes maneras de
relacionarse con los demás. Observar el programa me dio mucho que pensar.
Comencé a reflexionar acerca de la
manera en la que han evolucionado los conceptos de “matrimonio” y “pareja”, y cómo se concibe actualmente la vida en compañía. Me da la
impresión que con el comienzo de la sociedad posmoderna y con el triunfo del
neoliberalismo en todos los aspectos de la vida, los fundamentos
tradicionales que garantizaban la formación de la unidad familiar, en su
significado más antiguo, se ha visto visiblemente afectado. Mientras que en el
pasado la prioridad era garantizar la descendencia familiar, ya fuese para el
sustento del hogar o para dar continuidad al nombre de la familia, hoy en día
los valores han cambiado y se prefiere lograr el éxito profesional. Con ello se espera lograr obtener satisfacción personal y también alcanzar
placeres. Dicho de otra forma: el trabajo ha pasado de ser un medio
para formar una familia a ser un fin en sí mismo.
El problema es que enfocarse en lograr
éxito profesional rara vez es compatible con desarrollar una vida familiar. Los
requerimientos cada vez más exigentes del sector profesional, incentivados por
un sistema capitalista cada vez más extremo, impide tener tiempo para dedicar a
conocer a personas o para desarrollar una vida familiar saludable. Por lo
tanto, las personas, desmotivadas, se conforman con conocer a alguien que
simplemente les haga compañía y que les haga sentirse mínimamente queridos.
Pues las personas no estamos hechas para vivir en soledad, somos seres sociales
por naturaleza.
Sin embargo, este mundo, que se mueve
cada vez más rápido, hace que nos volvamos superficiales también conociendo a
otras personas. Muestra de ello es el auge de aplicaciones móviles de citas.
Decidimos conocer a alguien o no dependiendo de su aspecto físico y buscamos
solamente sexo, pues nos da miedo comprometernos a algo más. De la misma manera
que el sector profesional es cada vez más exigente, da la impresión que el
“sector amoroso”, por llamarlo en términos capitalistas, también se ha
convertido en un mercado en el que muy pocas personas superan nuestras
exigencias. Nos han educado para detectar imperfecciones en nosotros mismos y
en los demás. También para que nos sintamos inseguros, y por eso nos da miedo
amar. Nos cuesta aceptar a las personas por lo que son y nos da miedo
compartir, pues ya estamos muy acostumbrados a vivir solos.
Porque amar significa dejar que la otra
persona entre en tu vida para que forme parte de ella, y eso exige desarrollar
una confianza recíproca. Amar nos hace, en cierta forma, vulnerables ante el
otro, y en este mundo, donde el pez grande se come al pequeño y donde parece
que las personas tenemos que ser autónomas y autosuficientes, asusta aceptar y
dejar que los demás ejerzan influencia sobre ti. Y si, por el contrario,
expresas tu deseo de tener pareja, da la impresión en cierta forma de que eres
una persona insegura y dependiente.
De esa manera se genera una sociedad de
masas atomizada donde los individuos viven en una constante frustración debido
a sus excesivamente elevadas expectativas respecto a ellos mismos y a los demás,
generadas por un sistema capitalista que crea actividad económica a partir de
la frustración humana. Una sociedad donde la unidad familiar, como la
entendemos ahora, deja de tener sentido, y donde, de acuerdo a la doctrina
neoliberal, lo más importante es lograr la libertad personal a costa de todo.
Esto crea, claro, la paradoja de que esa supuesta doctrina que nos libera es
precisamente la que también nos aprisiona haciendo de nosotros, como bien decía
Pink Floyd, un ladrillo más que forma parte del Muro que nos aísla y nos alinea
en un sistema opresivo.
Enamórate solo de tu
existencia -Jack Kerouac-
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